Sunday, April 15, 2007

 

una extraña música salía de los zapatos

Cuando Kurt Vonnegut supo que iba a morir, pensó en los camaleones: sería murciélago azul, hoja en el aire, ola de mar, naranja bajo el sol de la primavera, payaso, maestro de diversos artilugios y anonimatos, barbazul, mendicante, inspector de carros y solsticios, escritor revolucionario, soñador a dentelladas, buscador de tesoros tardíos, reordenador de destinos aciagos... Todo eso en su último día.

Minuciosamente, dispuso una larga mesa en el jardín para los invitados a su funeral: vendrían Shakespeare, Milton, Platón, Píndaro, Hemingway, Walt Whitman, Julio César, Cervantes, Tucídides...

Vendrían depravados derviches que había conocido en su juventud, vendedores de fetiches y sahumerios, conductores de tranvías, carceleros, borrachos, mujeres barbudas, japonesas de lejanos prostíbulos, truhanes, hipócritas ciegos, alcahuetes...

Vendrían todos los vientos y los relámpagos, los horizontes sin límites, fosforescencias y desastres, sirenas e hipocampos, las brumas, las tristezas, el aire contaminado de las maestranzas, derrumbes y azares, las risas alumbradas por la luna, días de la juventud con fragmentos de oro, la magia y la nieve, los maizales y la esperanza...

Vendrían también enanos con trofeos de antiguas batallas, adolescentes con luciérnagas en sus pómulos, turcos enamorados y mutilados por las ausencias, bailarinas inalcanzables, cantantes de blues, faquires, surrealistas, apátridas, malabaristas chinos, reyes desnudos, conversos y castañueleros...

Kurt reflexionó en su muerte. Y comenzó a sentir que una extraña música salía de los zapatos...

¡Bah! -se dijo-. Total la muerte es sólo un acontecimiento más de la vida.

Y se puso a bailar...


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(A Kurt Vonnegut, escritor estadounidense, 1922-2007)

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