Tuesday, January 29, 2008

 

la máquina de la felicidad

Mi cráneo es un sempiterno revoltijo de ideas, alucinaciones, maquetas, agibílibus y dispositivos secretos para resolver todos los acertijos de la vida cotidiana.

Estuve escudriñando durante dos años la máquina para cazar ranas, el asador automático, los higrómetros, los carros de combate, las ralladoras de pan, las pulidoras de espejos, las fabricadoras de maromas o calabrotes, las rebanadoras de huevos y otros artificios inventados por Leonardo da Vinci. Pero yo querría inventar una máquina para crear la felicidad o máquina de la felicidad.

Todo sería cuestión de un amasijo mágico o fórmula de ingredientes para que la máquina creara la felicidad. ¿Sería la luz de las estrellas, o el rocío, o el perfume de un seno femenino, o la palabra amor, o el tañido de un laúd, o una gran infinidad de especias la base de dicha fórmula?

¿Sería posible cortar en tajadas la luz de las estrellas o el tañido de un laúd?

La máquina alzaría un caño hacia el cielo y un cuchillo afiladísimo estaría al acecho para cuando la luz estelar fluyera caño abajo la cortara a tajadas. A su vez, un engranaje perfecto molería la infinidad de especias...

¿O la luz del Sol?

He leído, como hombre amantísimo de las letras divinas y humanas, el libro De divinis nominibus del bienaventurado Dionisio Aeropagita: La luz reúne y hace converger hacia sí a todas las cosas que se ven, que brillan, que se desplazan, que calientan y, en una palabra, a todas las cosas que están contenidas en su esplendor. Por ello el Sol es llamado Ilio, porque reúne todas las cosas dispersas.

Sí debo ser muy cuidadoso para que funcione a la perfección la máquina de la felicidad y no suceda lo de Leonardo cuando quiso automatizar la cocina.

Sabba da Castiglione di Pietro Alemani, embajador florentino en la corte de Sforza, narró: La cocina del maestro Leonardo es un gran caos. El señor Ludovico me ha dicho que el afán de los últimos meses se había hecho con la intención de economizar esfuerzos humanos; pero ahora, en vez de los veinte cocineros antes empleados en las cocinas, las personas que se apiñan en este lugar llegan casi al centenar y ninguno de los que yo pude ver estaba cocinando, sino que todos estaban atareados con los grandes dispositivos que ocupaban todo el suelo y los muros, ninguno de los cuales parecía comportarse de manera útil o para la tarea que fue creado.

En un extremo del recinto una gran noria, empujada por una furiosa cascada, vomitaba y rociaba con sus aguas a todos los que pasaban por debajo, y había transformado el suelo en un lago. Fuelles gigantescos, cada uno de tres metros y medio de largo, colgaban de los techos, siseando y rugiendo con el propósito de limpiar los humos de los fuegos; pero todo lo que lograban era avivar las llamas, en perjuicio de aquellos que debían estar cerca del fuego; tan peligrosas eran las errantes llamas que una multitud de hombres armados de cubos se afanaban en tratar de dominarlas, aun cuando otras aguas brotaban en chorros de cada rincón de los techos.

Y en este catastrófico lugar se paseaban por todas partes caballos y bueyes, algunos dando vueltas y más vueltas, y otros arrastrando los ingenios para limpiar los suelos del maestro Leonardo; realizando sus tareas con denuedo, pero también seguidos de otro ejército de hombres para limpiar las suciedades de los animales.

Los gritos que habíamos oído los proferían pobres desdichados que estaban abrasándose o ahogándose o asfixiándose; rugían las explosiones de la pólvora que el maestro Leonardo se empeñó en utilizar para prender sus fuegos sin llama; y, como si este estruendo no resultara suficiente, aún se combinaba con la música de sus tambores que redoblaban, aunque los que tocaban los órganos de boca creo que se habían ahogado.


Por lo que debo pensar algorítmicamente, porque inventar la máquina de la felicidad no es una industria menor y requiere, indudablemente, de una gran destreza...

This page is powered by Blogger. Isn't yours?