Thursday, March 10, 2011

 

una hermosa nube


La sirvienta que le franqueó la puerta tenía el rostro demacrado y triste. Lo guio hasta un saloncito de sillones de terciopelo oscuro. En ámbitos interiores de la casa, una mujer cantaba musicalizada por piano. Todo olía a extemporáneo y olvido. El paso de un carruaje lo puso en alerta. Después extrajo del maletín apuntes inconclusos, por años, de mitología antigua que entregaría a don Jacinto, su mentor en griego. Releyó el acápite 961: Las Euménides, lit. 'las benévolas', nombre dado a las Furias porque además del oficio de vengadoras tenían el de admitir la reconciliación de los pecadores arrepentidos. Eran tres: Alecto (implacable), Megera (envidiosa), Tisífone (vengadora de los asesinatos)...

Pasos endebles se aproximaron acompañados por el golpe rítmico de un bastón. Entró don Jacinto y se estrecharon las manos con sincero afecto. Su barba doctoral resplandecía de plata. Rememoró a su padre: "Hijo, yo partiría contigo, pero un viejo sería estorbo". Y se abrazaron. Una mañana, la carta de su hermana Elisa le comunicó que lo habían sepultado en las afueras del pueblo natal.

Don Jacinto agitó una campanilla. Al instante, entró la sirvienta con una bandeja de plata en la que traía la cabeza sangrante de una mujer con una expresión terrorífica. El joven cerró los ojos con horror. Sintió náuseas como en las trincheras. El chasquido de la tos de don Jacinto lo obligó a tener visión: en la bandeja de plata había dos copitas de licor translúcido. Y brindaron por el término de la guerra.

Más tarde, acodado en las barandillas del barco, observó que los niños migrantes corrían por la cubierta incansables.


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(En Chile, mi abuelo ofició de viajante de comercio. Después, compró viñedos en la Séptima Región. Un año antes de morir nonagenario, adquirió la costumbre de escudriñar el cielo.

-Abuelo, ¿qué buscas? -le inquirí.

Puso, con delicadeza, su frágil mano en mi hombro y sonrió:

-Busco una hermosa nube de regreso a mi lejano país y a mi perdida juventud).

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