Monday, April 11, 2011

 

Ivonne


Monsieur Folatre fue el profesor de Francés en el liceo. Al llegar a la ciudad, de casualidad alquilaron la propiedad aledaña a la nuestra. Eran monsieur Folatre, su esposa e Ivonne, la única hija de 7 años. En casa, nuestros padres, mi hermano mayor, yo y mi hermana menor de la misma edad de la vecinita. La única salida cuotidiana de monsieur Folatre la hacía solo para dictar sus clases. A su vez, la señora Folatre, concertista en piano, solía permanecer en sus aposentos ensayando obras clásicas y, muy esporádicamente, paseaba hacia el río mientras sostenía por la cintura a Ivonne, quien apenas caminaba con los fierros en sus piernas por la poliomielitis que sufría. El rostro de la niña era de un blanco casi brillante, con chasquilla y nada de colorete en sus pómulos. Mi hermana menor quiso ser su amiga, pero no lo consiguió a pesar de su ahínco.

Por las tardes, la señora Folatre se sentaba al piano. Con mi hermano mayor quedábamos mudos y extasiados mientras duraba la música. Después de años, supimos que los autores de tales melodías eran Mozart, Bach, Beethoven, Schuman y otros.

Mi hermano mayor, siempre curioseando, vigilaba la casa aledaña por sobre el muro. Y en una ocasión descubrió que la señora Folatre usaba peluca.

Al año de ser unos herméticos vecinos, sorprendentemente nos llegó una invitación al cumpleaños de Ivonne. Madre nos acicaló hasta el delirio y nos hizo prometer que nos comportaríamos con educación y prudencia.

El recinto del cumpleaños se encontraba iluminado tenuemente. Ivonne ya estaba a la cabecera de la mesa. Dejamos los regalos en un redondel de madera y nos sentamos a una cierta distancia de la festejada. La señora Folatre nos hizo cantar los parabienes y comimos torta con educación y parsimonia.

De regreso al hogar, comentamos lo silenciosa de Ivonne. Mi hermano mayor nos peroró que quizá era insana.

En diciembre concluyó el periodo escolar y la familia Folatre decidió trasladarse a otra ciudad. De su partida solo supimos que viajarían en el tren de la mañana.

La casa vecina quedó sin la música y en un silencio insondable. En la tarde, mi hermano mayor me obligó a mirar por sobre el muro. "¿Ves? Han dejado una gran caja de cartón en el patio. Vamos a investigar". Abrimos la caja: adentro yacía Ivonne con el pecho destrozado y de sus ojos de vidrio fluían lágrimas...


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(De adulto, mi hermano mayor casó con una argentina y se radicó en Buenos Aires; mi hermana menor falleció, a los 25 años, en un accidente automovilístico y yo me empleé en la hacienda Lo Benítez en las cercanías de San Javier. Por repuestos para las trilladoras, debí viajar a la casa matriz de maquinarias Benson. Ya finalizados los trámites, caminé a la deriva. Una callejuela de viviendas de estilo austriaco me incitó a recorrerla. De pronto, leí el rótulo de una tienda: "Casa de muñecas Folatre". Ingresé y sentado en una mesa-taller vi a un anciano monsieur Folatre. Me identifiqué como su alumno y, lentamente, rodaron lágrimas de sus ojos: "Allí fue donde murió nuestra hijita Ivonne. Había creado un sistema de relojería perfecto, pero algo sucedió y explotó. Ahora todo lo he modificado". Y prosiguió en su tarea. Salí perplejo y triste. Crucé hacia una pastelería e inquirí sobre los Folatre a una longeva señora. Me contempló escandalizada y exclamó: "¡Qué mundo, señor! ¡Qué mundo! La señora Folatre, que falleció hace un año, era un viejecillo vestido de mujer").

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